Belchite a sangre y fuego by Amaro Izquierdo

Belchite a sangre y fuego by Amaro Izquierdo

autor:Amaro Izquierdo [Izquierdo, Amaro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1975-12-31T16:00:00+00:00


CONVENTO DE LAS SIERVAS DE MARÍA (BARCELONA) (I)

Era ya noche cerrada cuando enfilamos la Granvía de Barcelona (hoy Avenida de José Antonio); las puertas de la Ciudad Condal, simbólicas en su apertura de la Plaza de España, se abrían para nosotros. En aquella época yo no conocía Barcelona, y la impresión que me causó fue más bien tétrica. Tampoco recuerdo la ruta que seguimos; dos o tres calles, un par de plazas… Todo estaba oscuro y nadie transitaba por las calles; era como si estuviéramos atravesando una ciudad muerta. Creo que el conductor iba bastante despistado, pues en varias ocasiones, aprovechando la presencia de algún guardia, pidió información. Dimos vueltas y más vueltas, hasta que por fin paramos delante de un vetusto edificio, de aspecto monacal. Era un convento de monjas (que aún existe en la actualidad), situado cerca de la Plaza de Letamendi.

Una vez en el interior del edificio me ordenaron que esperase en un pequeño vestíbulo que supuse habían habilitado para que cumpliera sus funciones al servicio del Cuerpo de Guardia; vi bastantes soldados, cosa que me extrañó, ya que contaba con la indeseable presencia de milicianos. Al cabo de un cuarto de hora, aproximadamente, me llevaron a presencia de un comandante, el cual se hallaba cómodamente instalado en un severo despacho. En una de las desnudas paredes había un gran mapa de España, mudo, es decir sin el nombre de las provincias, ciudades, ríos, etc. Mientras me preguntaba qué utilidad podría tener un mapa como aquél, el comandante, que había estado hojeando unos papeles, me miró fijamente.

—¿Eres alférez provisional? —inquirió.

—Sí.

Hubiese sido absurdo negarlo.

—Bien, mira ese mapa y señálame dónde situarías las provincias de Cáceres, Oviedo, Huelva, Gerona y Lérida.

Afortunadamente, mis nervios no me jugaron ninguna mala pasada. Es frecuente que en momentos de gran tensión se olviden nombres, lugares, conceptos y fechas. Por desgracia, yo era veterano en sobresaltos e interrogatorios y estaba preparado para toda clase de contingencias. Una vez hube contestado, me pregunté qué finalidad tendría aquella especie de examen. La primera impresión que me dio el comandante era la de que se trataba de un hombre educado: me invitó a sentarme. Siguió un interrogatorio rutinario: ¿Lugar de nacimiento? ¿Edad? ¿Por qué me había hecho alférez provisional? ¿A qué partido estaba afiliado antes de la guerra? ¿Por qué me sublevé contra un Gobierno legalmente constituido? ¿Qué estudios había cursado? ¿Dónde? ¿Deseaba ser canjeado?

Contestadas todas sus preguntas, y ya más puesto en situación (al principio parecía medio dormido), me dijo:

—Veo que eres un convencido fascista. Dime, si Franco ganara la guerra y los alemanes no quisieran marcharse, ¿qué harías tú?

—Seguir luchando, en unión de todos los españoles, hasta echarles de nuestra patria.

—Entonces, ¿se uniría a nosotros?

Noté que había suprimido el tuteo; esto me infundió ánimos.

—Sí, me uniría a todos los españoles dispuestos a expulsar de nuestro suelo al invasor.

Había intuido que manifestándome en ese sentido ganaría puntos, y efectivamente había acertado: el comandante se puso en pie y me tendió la mano, diciendo:

—Estrecho su mano como español; yo no soy fascista, soy un ferviente republicano.



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